Cuando éramos niños, las prioridades eran otras, las visiones eran básicamente diferentes. Luchábamos por defender a los más débiles, los animales se convertían en los grandes compañeros de fatigas y el futuro se debatía entre escoger jugar al escondite o ir en bicicleta por las calles sin asfaltar. Las grades incógnitas se solucionaban con pito, pito, golgorito o piedra, papel o tijera.
Durante muchos años aprendimos a caer, levantarnos y continuar. Fue difícil pero bonito también fue un rato. Soñábamos con ser mayores, hacer todo aquello que en la infancia estaba prohibido. Y llegó el momento y de repente, de todo eso nos olvidamos o tal vez no. Unos pocos privilegiados, o mejor dicho los más coherentes, seguimos teniendo presentes aquellos valores y porque no, aquellos sueños. Todos nos hemos equivocado a lo largo de nuestra existencia, hemos errado actuando de una manera diferente a la que predicábamos. Así es la vida, debes equivocarte para encontrar el camino hacia la honradez.
En cambio, otros muchos siguieron por la calzada equivocada y les cuesta mirar hacia atrás y verse reflejados en aquel niño/a que luchaba por un mundo mejor. Aquellos pequeños que construían un castillo de arena con la ilusión de que nadie fuera capaz de destruirlo. Seguramente cuando echen la vista atrás se darán cuenta de los errores cometidos, ojala, o tal vez sigan viviendo en la hipocresía que los ha acompañado desde la madurez. Pero que tengan claro que aquel niño que fueron seguro que se avergonzará del adulto que actualmente es.
Errar es de sabios. Cometería otra vez los millones de fallos que perpetré si me llevan al camino que actualmente sigo. Porque la vida no es de color de rosa, ni las personas somos perfectas pero si echamos la vista atrás y nos sentimos orgullosos de lo que hemos conseguido es que nuestra vida sí que ha valido la pena.
El niño que fuiste seguro que no se avergüenza del adulto que eres
Cuando éramos niños, las prioridades eran otras, las visiones eran básicamente diferentes. Luchábamos por defender a los más débiles, los animales se convertían en los grandes compañeros de fatigas y el futuro se debatía entre escoger jugar al escondite o ir en bicicleta por las calles sin asfaltar. Las grades incógnitas se solucionaban con pito, pito, golgorito o piedra, papel o tijera.
Durante muchos años aprendimos a caer, levantarnos y continuar. Fue difícil pero bonito también fue un rato. Soñábamos con ser mayores, hacer todo aquello que en la infancia estaba prohibido. Y llegó el momento y de repente, de todo eso nos olvidamos o tal vez no. Unos pocos privilegiados, o mejor dicho los más coherentes, seguimos teniendo presentes aquellos valores y porque no, aquellos sueños. Todos nos hemos equivocado a lo largo de nuestra existencia, hemos errado actuando de una manera diferente a la que predicábamos. Así es la vida, debes equivocarte para encontrar el camino hacia la honradez.
En cambio, otros muchos siguieron por la calzada equivocada y les cuesta mirar hacia atrás y verse reflejados en aquel niño/a que luchaba por un mundo mejor. Aquellos pequeños que construían un castillo de arena con la ilusión de que nadie fuera capaz de destruirlo. Seguramente cuando echen la vista atrás se darán cuenta de los errores cometidos, ojala, o tal vez sigan viviendo en la hipocresía que los ha acompañado desde la madurez. Pero que tengan claro que aquel niño que fueron seguro que se avergonzará del adulto que actualmente es.
Errar es de sabios. Cometería otra vez los millones de fallos que perpetré si me llevan al camino que actualmente sigo. Porque la vida no es de color de rosa, ni las personas somos perfectas pero si echamos la vista atrás y nos sentimos orgullosos de lo que hemos conseguido es que nuestra vida sí que ha valido la pena.
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